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20 años después, la alegría que nunca llegó
Se cumplen 20 años del plebiscito que dijo con rotundidad NO a Pinochet. Dos décadas de traición, mentiras, represión y miseria de los gobiernos “progresistas” de la Concertación, a quienes el pueblo de Chile encomendó y catapultó para el restablecimiento de la democracia en el país. Con el eslogan “La alegría ya viene”, los progres y pseudo-demócratas dirigentes de la campaña del NO, hoy en el poder, no han hecho más que perpetuar un régimen de pobreza y exclusión, tal como ayer.
Los recuerdos de aquella noche, la del 5 de octubre de 1988, aún están vivos para muchos chilenos y chilenas. Con las unidades de la CNI (policía secreta de Pinochet) aún pisándole los talones a los militantes revolucionarios y a cualquiera que oliese a comunista, y con los incontables centros de tortura funcionando a todo gas, en las poblaciones miserables de la periferia de Santiago se respiraba un tenso silencio, un silencio aterrador. Millones pegaban sus oídos a radios y televisiones. Se hacía el recuento de votos que iba a disponer el futuro del país para los siguientes diez años. Dos sencillas pero trascendentales opciones, SÍ o NO a la continuidad de Pinochet, marcadas sobre una papeleta. Un día, sin duda, histórico. El país, paralizado, se preparaba para festejar el fin de 15 años de dictadura, aunque con muchos recelos (en 1980, se aprueba fraudulentamente la Constitución fascista, también por plebiscito).
Sin transporte público, las masas llegaron a pie hasta la plaza Italia, en el corazón de la capital chilena, para embriagarse de felicidad, de una felicidad contenida por los que no estaban, por los miles de anónimos héroes que perecieron plantándole cara al fascismo. El NO ganó con un 56% de los votos sobre el 43% de los partidarios del asesino más grande que ha conocido Chile. El tirano, vistos los resultados finales, no tuvo más remedio que convocar las primeras elecciones después de las ganadas por el doctor Salvador Allende en 1970, y restablecer lentamente los derechos fundamentales por muchos años conculcados a los chilenos. En las calles, la gente ofrecía claveles a la policía, les perdonaba humildemente años de excesos, años de torturas y palos, años de corrupción generalizada y de miedo, mucho miedo. Ellos, aceptaban las flores con desdén, de reojo.
Pero para llegar a esto, como decíamos, muchos y muchas dejaron sus vidas, sufrieron torturas, exilio, desapariciones, relegamiento y humillaciones durante 17 años; después del plebiscito, aún quedaban dos años por delante de vejámenes, de presos políticos y represión hasta que, formalmente, llegara la democracia el 11 de marzo de 1990. El plebiscito de 1988 es la plasmación de las luchas de millones de chilenos y chilenas desde el mismo septiembre del 73, no es algo espontáneo, ni antojadizo, ni un detalle del dictador para promover un mecanismo democrático; a los pocos días del golpe de Estado, comienza la resistencia contra el fascismo de manera descarnada, reorganizando en la clandestinidad partidos y organizaciones masacradas, creando poder popular en los barrios más pobres, desarrollando redes de solidaridad, organizando a los estudiantes y frentes obreros clandestinos, y haciendo de la participación política invisibilizada por el régimen, un arma que hizo temblar al gobierno fascista en más de una oportunidad, decretando éstos el estado de sitio recurrentemente durante los ´80. El plebiscito es el resultado del agotamiento del régimen por la batalla que contra él dio el pueblo conciente, y de la tremenda solidaridad internacional con la resistencia chilena.
Síntesis de la caída y génesis de “los aparecidos”.
Lo que nunca pudo borrar el régimen de Pinochet fue una manera de hacer política que se extendió en Chile durante el gobierno de la Unidad Popular. La violenta represión que siguió al golpe no pudo destruir a un pueblo tremendamente politizado, educado en la participación social por el gobierno de Allende; la política estaba en todos los rincones, facultades, poblaciones, centros de trabajo, en el campo, en el mercado, en el café, se hacía política, se debatía, se participaba, y esa participación no era exclusiva de elites o grupos de privilegiados con acceso al conocimiento. Esa impronta se mantuvo, pero en dictadura, hablando bien bajito. De ahí que se dice de los chilenos que son más bien discretos, oscuros y de una extraña y a la vez debilitada voz. La clandestinidad pasó a convertirse en el arte de la conspiración cotidiana. Y en ese ámbito nació y se forjó un movimiento popular combativo, que bajo la dirección de organizaciones revolucionarias como el Frente Patriótico Manuel Rodríguez (formado como instancia político-militar del PC chileno), un nuevo MIR, el Partido MAPU y otras instancias organizadas de la sociedad, promovieron la visibilidad de la protesta contra la dictadura en los primeros años de los ´80. La represión se intensificó, pero el nivel de combatividad también, a la vez que un movimiento cívico de grandes dimensiones se incorporaba a las luchas antifascistas. Por aquel entonces, muchos dirigentes de la extinta Unidad Popular, tanto dentro como fuera del territorio, pugnaban por catalizar este movimiento, como demostraría la historia, para sus peregrinas aspiraciones. “Los aparecidos” son dirigentes socialistas y democristianos, éstos últimos, quienes sabotearon el gobierno de Allende llamando a la puerta de los cuarteles para “reinstaurar” la democracia y boicotear a un gobierno, según ellos, “marxista e irrespetuoso con la propiedad privada”. Otros, que simplemente quedaron escondidos detrás de la puerta esperando que el pueblo pusiera el pecho.
Las protestas populares de 1983 despiertan la ira del dictador, se secuestra sistemáticamente, el terror se esparce por todo el país, y consecuentemente las organizaciones político-militares de la resistencia operan representando los deseos de amplias capas de la población chilena; estas organizaciones, arriba mencionadas, desarrollan así mismo frentes de masas, que en el devenir de su amplio espectro acabarían siendo aspiradas por lo que se llamó Movimiento Democrático Popular (MDP), que es nada menos que el embrión de lo que hoy se conoce como Concertación de Partidos por la Democracia, ósea, “los aparecidos”, desde 1990 en el poder. El MDP fue un amplio movimiento anti-dictadura que agrupaba al Partido Comunista (una vez descartada su política de Rebelión Popular de Masas, y optando por salidas políticas a la dictadura), a un sector del Partido Socialista, y a lo que quedó del MIR. Su fin llega en 1987 al formarse la Izquierda Unida chilena (en este mismo año, el FPMR rompe con la política del PC y se hace autónomo, promoviendo la lucha armada contra la dictadura), de mayor espectro político y social aún, tan amplio que recogería la participación de la Democracia Cristiana, y con su influjo, elevarían a Patricio Aylwin como candidato de esta descafeinada “izquierda” a las elecciones presidenciales post plebiscito. Para muchos chilenos, Aylwin aparecía entonces como el nuevo líder de esta izquierda progresista y renovada, y casi nadie se acordaba de sus esquizofrénicos arrebatos anti-comunistas que propiciaron la caída de Allende; con la sorpresa de una partida de naipes, este personaje se cargaba a la espalda los miles de muertos en la lucha antifascista para erigirse en el restaurador de la democracia chilena.
Podemos hablar, sintéticamente, del aprovechamiento por parte de políticos profesionales y burócratas, de la lucha de muchos chilenos contra la dictadura; ellos, vehiculizaron las aspiraciones de todo un pueblo por acabar con la dictadura terrorista.
La salida política y pactada de la dictadura, presenta una síntesis de traición desde el mismo 11 de marzo de 1990. El gobierno de Aylwin, que tanto prometió, empezó con esmero promoviendo el aniquilamiento de los revolucionarios, creando para tal efecto la llamada “Oficina”, un órgano de inteligencia de la democracia dedicada a la represión, el soplonaje y la construcción de complejos carcelarios de alta seguridad para encarcelar a quienes lo llevaron al poder. Los privilegios de la clase militar jamás fueron tocados, es más, la Constitución de 1980 ya preveía a los llamados “senadores designados”, puestos a dedo en el nuevo Congreso, la mayoría militares (entre ellos el mismo Pinochet) y que hacían de apoyo a los senadores de la recién creada “derecha política”, a objeto de blindar cualquier intento de modificar dicha Constitución. Estaba todo atado, y bien atado. Por otro lado, la refundación capitalista llevada a cabo por la dictadura en los ´70 no solo no fue objeto de revisión, si no que se reforzaron los mecanismos que garantizaban que Chile siguiera siendo “un país de familias”, generando más miseria en democracia aún, y culminando el más grande proceso de privatizaciones llevado a cabo en el país.
Se consolida el bipartidismo de bloques, es decir, se rifan los presidentes de la República entre “socialistas” y democristianos, la superestructura del Estado sigue intocable, se protegen las inversiones extranjeras a costa del exterminio y represión del pueblo mapuche, y se mercantilizan todos los servicios básicos.
Después de cuatro “gobiernos democráticos” en veinte años, podemos afirmar que todo sigue igual que ayer. Sigue habiendo presos políticos, indefensión, abusos y un sentimiento generalizado de engaño. Los revolucionarios, que no fueron escuchados en medio de la efervescencia de la llegada de la democracia, hoy son reivindicados, hoy su mensaje tiene una validez incuestionable. Como dijeron hace 20 años: “a no creer en esta democracia mentirosa y de corbata, la única salida es la construcción de una sociedad nueva mediante la creación de verdadero poder popular”. Que la historia no se repita, ni con nuevas dictaduras fascistas, de traje o de uniforme. Que el barniz progresista y pseudo-izquierdista de algunos gobiernos, nuevamente, como en muchos procesos Latinoamericanos, no coopte la estrategia encaminada hacia la verdadera transformación social que llevan adelante las masas revolucionarias de todo el Continente.
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