martes, 28 de julio de 2009

willice de Chiloé



Centro de estudios chiloeautonomo

HUILLICHES DE CHILOÉ

Por: Luis Alberto Mancilla

Los Panichini, Rain, Chiguay, en Cucao trabajaban en las faenas de los lavaderos de oro; a orillas del océano en los días de bajamar amontonaban arena aurífera que después con una paciencia de horas en soledad paleaban contra una tabla cubierta con un latón impregnado con mercurio. Otros orillaban el océano buscando el cochayuyo que secaban a campo libre, y enrollaban en atados de color café claro y construían paquetes que como ladrillos de un castillo amontonaban en atados de cochayuyos amarrados con boqui equilibrándose en el lomo de un pequeño caballo chilote de pelaje largo y ojos de mirar reposado. Los Huichacoy, Levicoy, Antiñanco desde Coldita, Laitec, estero Paildad en sus lanchones veleros enrumbaban hacia los fiordos y canales de los insulares laberintos patagónicos en épocas de parición de focas y lobos marinos por cuyas pieles los cazaban sin remordimientos. Algunos llevaban aguardiente y otras mercaderías para cambiar por pieles a los indios alacalufes, a estos llamaban indios chonques, ellos los williches que en su tierra eran despreciados en esos territorios despreciaban a los otros indios que habitaban esas soledades, o simplemente los mataban para robar las pieles de lobos, focas, coipos y nutrias que después vendían en Castro o en Ancud. Los Antiñanco, Levitureo, Calbucura en los días sin viento remaban hasta las Guaitecas a buscar el ciprés, las sartas de cholgas secas, el pescado oreado que vendían en el mercado de la playa, en Castro. Los Remolcoy, Guala, Marihueico de Quenac, Caguach, Tenaún, Quemchi, Quicavi cruzaban las traicioneras corrientes del golfo de Ancud hasta la costa de enfrente a buscar el alerce cordillerano, la estopa de taponear los cascos de los veleros chilotes, y en Ayacara, Cochamó, Reloncaví; algunos se entusiasmaban subiendo cerros cordilleranos, y empezaban a buscar la Ciudad de los Césares; las estancias del otro lado de la Cordillera de los Andes donde ganaban dinero capando corderos, esquilado ovejas, amansando caballos, arreando animales por las extendidas pampas de la Patagonia Argentina.

Entonces los Millatureo, Tureuna, Calbuyahue viendo tanto territorio libre caminaban Patagonia abajo por solitarias pampas interminables, sin la sombra de un árbol, ni esteros con aves zambullidoras, y un silencio de piedras sin el bullicio de loros alimentándose con el cauchahue de las lumas ni el ruido de las abejas zumbando en los ulmos florecidos. Abriendo senderos como gatos monteses subieron la cordillera, imaginando caminos y siembras en territorios despoblados encontraban el desprecio por su mansedumbre y conformidad a causa de aceptar sin reclamo salarios miserables, es que en la esclavitud nunca nadie les enseñó cuanto valía su trabajo, soportaron la discriminación por el oscuro color de su piel morena; y cuando despertaron a la dignidad y reclamaron por la semiesclavitud en que trabajaban en las estancias, los fusilaron.

Fue entre octubre y diciembre del año 1921 cuando los anarquistas españoles, tan pobres como ignorantes eran los indios Huilliche, los convencieron que la dignidad se obtiene luchando contra la injusticia de un mal salario y el desprecio de habitar oscuros galpones mal ventilados, y dormir amontonados en camarotes usando como frazada un calamitoso cuero de oveja. Ese año en la Provincia de Santa Cruz, Argentina, los indios Huilliche que desde Chiloé habían llegado a la Patagonia fueron fusilados por centenares. El pequeño ejército del Coronel Héctor Benigno Varela limpiaba de chilotes la Patagonia.
Pero la necesidad es la madre de todas las injusticias, a mediados del siglo veinte los Paillaman, Manel, Nahuelanca, Llancalahuen, regresaron buscando el trabajo que su patria les negaba, y los estancieros Campos, Menéndez, Braun, Blanchard, Montes y otros dueños de bancos, empresas de navegación, frigoríficos y enormes territorios patagónicos, que no eran ni argentinos ni chilenos, eran sus propiedades, necesitaron del obrero indio de Chiloé para construir su riqueza porque en ningún otro lugar del mundo existía gente con tanta fortaleza para soportar los rigores del clima patagónico. El viento inclemente que con cuchillos invisibles destruye el ánimo, las escarchas y nevazones que oscurecen el alma, las tempestades que borran los recuerdos de días de navegar entre las islas y sembrar esperanzas en paisajes sin miedos.
Pero la historia esconde verdades y enseña mentiras; cuando los españoles se aparecieron por estos archipiélagos se apoderaron de los territorios y se repartieron a los indios como quien reparte ganado. Eran “los encomenderos” dueños y señores de cientos de indios tributando con la semiesclavitud de su trabajo en los lavaderos de oro, en la faena de buscar alerce en los cerros cordilleranos, el criar cerdos para entregar el mejor jamón, aserrar tablones y tablas para construir la casa, la iglesia y la goleta; cardar, hilar y tejer la lana para hacer el mejor choapino, la mas calurosa frazada, el más abrigador poncho, trabajar en la miseria de la esclavitud para fundar la prosperidad de la familia del señor encomendero y sus herederos que vivirán en la abundancia y serán, por designio divino, dueños de estos territorios durante generaciones.

Matar indios no es algo esporádico en la historia de estos territorios patagónicos. En 1600 cuando el pirata holandés Baltasar de Cordes se apoderó de Castro, la ultima ciudad española en la cristiandad de los territorios americanos, ayudado por la rebelión de los indios huilliches de Lacuy contra la esclavitud de sus encomenderos. Desde Osorno llega Pérez de Vargas a liberar Chiloé del dominio de los holandeses, y para castigar la osadía de los Levitureo, Llauquen, Nahuelquin, Inaicheo, siempre sumisos y amistosos, ordena despoblar la península de Lacuy, y en Ancud entonces una pampa a orillas del canal de Chacao, reúne a los indios de esos territorios, apresa a más de veinte caciques que encabezaron esa rebelión, los encierra en una choza y para escarmiento y ejemplo de la población indígena, los quema vivos. De esa matanza que ocultan los libros de historia, no quedaron ni los remordimientos. Los indios eran un poco más que animales, en esos tiempos la iglesia católica discutía si los indios tenían alma, y si la tenían, discutían si esa alma era igual o inferior a la del español.

Los mitos son espejos que reflejan los miedos. El Caleuche, ese barco fantasma que navega con sonidos de música y ruidos de fiestas, aparece por estos mares raptando a los tripulantes de las embarcaciones que se cruzan en su navegar, es la reminiscencia de los barcos piratas que se aparecían por estos archipiélagos raptando indios para reforzar su tripulación disminuida y agotada de soportar las penalidades de cruzar el estrecho de Magallanes, y navegar por los fiordos patagónicos. Otro barco, tan fantasmal como el Caleuche, es el Lucerna, un raptador de indios que la leyenda dice que para recorrerlo de proa a popa nos demoramos la vida entera. La vida es un laberinto en el cual la historia se pierde; y las circunstancias que escriben la historia de un país se escriben con herejías que la racionalidad no puede entender, en la irracionalidad de los acontecimientos históricos. Los indios huilliches que cuando vislumbraban una oportunidad se rebelaban contra el dominio español, en las guerras de independencia defendieron y lucharon por la causa del Rey de España. Cuando se quiso hacer de Chile una republica los habitantes de Chiloé lucharon en cien batallas, los soldados del ejército español que luchó en el Chile central eran españoles criollos, españoles mestizos, mestizos españoles e hijos de mestizos formaban en los batallones del ejército español de la Reconquista. Los libros de historia hablan de un ejército español y esconden que esos soldados españoles eran los habitantes de Villarrica, Valdivia, Osorno, Maullín, Carelmapu, Calbuco, Ancud, Castro, Chonchi; y cuando el Chile republicano quiso incorporar a Chiloé los Quilahuilque, Unquén, Huentelican, Paillaman, lucharon para defender la causa del rey de España. El día que desembarcó Freire en Chiloé los huilliches con sus lanzas de luma endurecida a fuego y agua pelearon junto a las milicias de mestizos de Castro, Ancud, Tenaun, Chonchi, y en Mocopulli derrotaron al ejercito chileno, y dos años después de resistir asedios y bloqueos marítimos el ejercito de indios y mestizos, hijos en segunda o tercera generación de españoles e indios huilliches, fue derrotado en las batallas de Pudeto y Bellavista, fueron las ultimas batallas por la liberación de América. Se firmó el tratado de Tantauco, y estos territorios siguieron tan pobres y olvidados como cuando se decía pertenecían a la corona española, y en ese tratado se reconocían como territorios indígenas la región sur de la isla grande; tierras de las que hoy se apoderan nuevos conquistadores, en otra guerra, mas tecnológica que sangrienta, una guerra solapada que ocurre en el silencio cómplice de las oficinas judiciales y la notarias.
Publicado por Luis Alberto Mancilla en

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