CULTURA FUNDAMENTO DEL MOVIMIENTO DE LIBERACIÒN
Amilcar Cabral.
El autor del presente trabajo. Amilcar Cabral asesinado en 1973 y considerado como héroe de la independencia de su patria, Guinea (Bissau), y de todas las colonias Portuguesas de África, fue una personalidad de extraordinario relieve tanto desde el punto de vista del pensamiento como de la acción. Ningún aspecto del porvenir de su país escapo a su reflexión. Amilcar Cabral insistía en la primacía que debía darse a la educación en la lucha por la independencia, “debemos reservar a nuestros niños –afirmaba- lo mejor de cuanto sabemos. Ellos son las flores de nuestra lucha. El texto que publicamos esta tomado de un estudio presentado por el autor a una reunión sobre las nociones de raza, identidad y dignidad que la UNESCO organizo en julio de 1972.
Para el centro de estudios y documentación chilote, nueva realidad, junto con homenajear a un hombre de otro mundo, con principios y fundamentos que hicieron de su patria hoy una nación, es de gran orgullo rebelar a todos los hombres y mujeres chilotes y de otros pueblos que al igual que nosotros busca en la experiencia y el conocimiento la aplicación de metodologías que puedan beneficiar al desarrollo de nuestro conocimiento para la aplicación en nuestra idiosincrasia y que este sea el fruto verde que mañana lograra esa maduración que nos permitirá avanzar hacia nuevos objetivos.
La lucha de los pueblos por la liberación nacional y la independencia se ha convertido en una inmensa fuerza de progreso para la humanidad y constituye, sin la menor duda, uno de los rasgos esenciales de la historia de nuestro tiempo.
Un análisis objetivo del Imperialismo, en cuanto hecho o fenómeno histórico natural, incluso “necesario”, en función del tipo de evolución económico-político de una importante parte de la humanidad, revela que la dominación imperialista, con todo su cortejo de miserias, rapiñas, crímenes y destrucción de valores humanos y culturales, no fue sólo una realidad negativa. La inmensa acumulación de capital, en media docena de países del hemisferio norte, resultado de la piratería, del saqueo de los bienes de otros pueblos y de la explotación desenfrenada del trabajo de estos, produjo otras cosas además del monopolio de las colonias, el reparto del mundo y la dominación Imperialista.
En los países ricos, el capital Imperialista, siempre a la búsqueda de la plusvalía, acrecentó la capacidad creadora del hombre, llevo a cabo, gracias a los progresos acelerados de la ciencia y la tecnología, una profunda transformación de los medios de producción, acentuó la socialización del proceso del trabajo y permitió el ascenso de amplias capas de la población.
En los países colonizados, donde la colonización, por regla general, “bloqueo el proceso histórico del desarrollo de los pueblos dominados, cuando no dio lugar a su eliminación radical o progresiva”, el capital imperialista impuso nuevos tipos de relaciones en el seno de la sociedad autóctona, cuya estructura se volvió cada vez más compleja, a medida que aquel suscitaba, fomentaba, envenenaba o resolvía en ella determinadas contradicciones y conflictos sociales. El capital Imperialista introdujo, con el ciclo de la moneda y el desarrollo del mercado interior y exterior, nuevos elementos en la economía, lo origino el surgimiento de nuevas naciones a partir de grupos humanos o de pueblos que se hallaban en diferentes fases de desarrollo histórico.
No es defender la dominación Imperialista, reconocer que dio nuevos mundos al mundo, cuyas dimensiones redujo, que reveló nuevas fases del desarrollo de la sociedad humana y que, a pesar o a causa de los prejuicios, las discriminaciones y los crímenes a que condujo, contribuyo a elaboraran un conocimiento más profundo de la humanidad como un todo movimiento, como una unidad en la compleja diversidad de las características de su desarrollo.
La dominación Imperialista en diversos continentes facilito una confrontación multilateral y progresiva (en ocasiones abrupta) no solo entre los hombres, sino también en las sociedades. La práctica de la dominación Imperialista- su afirmación o su negación – exigió (y exige todavía), el conocimiento más o menos correcto del objeto dominado y de la realidad histórica (económica, social y cultural) en que se mueve, conocimiento que se expresa necesariamente en términos de comparación con el sujeto dominador y con su propia realidad histórica.
Tal conocimiento constituye una necesidad imperiosa para practica del dominio Imperialista, en la medida en que Este es el resultado de la confrontación, casi siempre violenta de dos entidades distintas por su contenido histórico y antagonistas por sus funciones. La búsqueda de ese conocimientoco0ntribuyò al enriquecimiento general de las ciencias humanas y sociales, pese a los caracteres unilateral, subjetivo y con suma frecuencia injusta.
En realidad, nunca se intereso tanto el hombre en el conocimiento de otros hombres y de otras sociedades como a lo largo de este ultimo siglo de dominación Imperialista, hasta el punto de que ha sido posible acumular una cantidad sin precedentes de informaciones, hipótesis y teorías, sobre todo en materia de historia, etnología, sociología y cultura de los pueblos o los grupos humanos sometidos al poder Imperialista. Los conceptos de raza, casta, etnia, tribu, nación, cultura. Identidad, dignidad y tantos otros, se han convertido en objeto de creciente atención por parte de quienes estudian al hombre y a las sociedades llamadas-primitivas- o- en evolución-
Más recientemente con la expansión de los movimientos de liberación, ha surgido la necesidad de analizar las características de tales sociedades en función de la lucha emprendida y de determinar los factores que desencadenan o frenan esta lucha. Quienes efectúan esos análisis suelen coincidir en que la cultura, en tal contexto, adquiere una singular importancia, podemos, por ello, admitir que cualquier intento de esclarecer la verdadera función de la cultura en el desarrollo del movimiento de liberación (PRE-Independencia) puede representar una contribución útil a la lucha general de los pueblos contra la dominación Imperialista.
El hecho que los movimientos de Independencia se señalan, incluso en su fase inicial, por una expansión de las manifestaciones de carácter cultural, indica que esos movimientos vienen precedidos de un “” RENACIMIENTO CULTURAL” del pueblo dominado. Puede incluso llegarse más lejos y afirmar que la cultura constituye un método de movilización de los grupos y, por lo tanto, un arma en la lucha por la independencia.
La experiencia de nuestra propia lucha, y cabe asegurar que también del África entera, nos permite afirmar que esta concepción del papel de la cultura en el desarrollo del movimiento de liberación es demasiado limitada, si no errónea. Tal concepción se deriva, a nuestro modo de ver, de una generalización incorrecta de un fenómeno que es real, pero restringido, en la medida en que existe únicamente en el marco de las edites o de las diásporas coloniales. Esa generalización ignora o desdeña el dato esencial del problema: el carácter indestructible de la resistencia cultural frente a la dominación extranjera.
Con sólo algunas excepciones, el periodo de la colonización no fue, al menos en África, suficientemente largo para permitir la destrucción o de una depreciación importante de los elementos esenciales de la cultura y las tradiciones del pueblo colonizado. La experiencia colonial de la dominación Imperialista en África revela que (exceptuados el genocidio, la segregación racial y el apartheid) la única solución pretendidamente positiva que las potencias coloniales encuentran para contrarrestar la resistencia cultural del pueblo colonizado, es la “ASIMILACIÒN”. Pero el fracaso total de la política de asimilación progresiva de las poblaciones nativas es una prueba evidente tanto de la falsedad de esta teoría como de la capacidad de resistencia de los pueblos dominados.
Por otra parte, incluso en las colonias de asentamiento, donde la aplastante mayoría de la población sigue estando por individuos autóctonos, el área de ocupación colonial, y en particular de ocupación cultural suele reducirse a las zonas costeras y algunos sectores limitados del interior. La influencia de la cultura de la potencia colonial es casi nula más allá de los límites de la capital y otros centros urbanos. De hecho, sólo se manifiesta en la vertical de la “pirámide, social colonial, creada por el propio colonialismo, y se ejerce especialmente sobre lo que podemos llamar la pequeña burguesía autóctona, y sobre grupos muy reducidos de trabajadores de los centros urbanos.
Fácil es verificar que las grandes masas rurales, al igual que una importante de la población urbana, es decir más del 99% del total de la población indígena, se mantienen al margen, de toda influencia cultural de la potencia colonizadora.
Cuanto acabamos de decir implica que ni en las masas populares del país dominado ni en las clases dominantes autóctonas (jefes tradicionales, familias nobles, autoridades religiosas). (En las colonias portuguesas, el porcentaje máximo de asimilados es del 0,3% de la población total, en Guinea tras 500 años de dominación, y medio siglo de paz colonialista).
Se produce, por lo general, una destrucción o depreciación importante de la cultura y las tradiciones. Reprimida, perseguida, humillada, traicionada por ciertas categorías sociales comprometidas con el extranjero, refugiada en los poblados, en los bosques y en el espíritu de las victimas de la dominación, la cultura sobrevive a todas las tempestades, para después, gracias a las luchas de liberación, recobrar todo su poder de florecimiento.
He ahí la razón de que las masas populares no se les plantee, ni pueda planteárseles, el problema del retorno a las fuentes o del renacimiento cultural: las masas son las portadoras de la cultura, ellas mismas son la fuente y, al mismo tiempo, la única entidad verdaderamente capacitada para preservar y crear la cultura, es decir, para hacer historia.
Para apreciar correctamente el verdadero papel de la cultura en el desarrollo del movimiento de liberación es, pues, necesario, al menos en lo que se refiere a África, distinguir entre la situación de las masas populares, que preservan su cultura, y la de las categorías sociales más o menos asimiladas, desarraigadas y culturalmente enajenadas. Aun siendo portadoras de un cierto numero de elementos culturales propios de la sociedad autóctona, las èlites coloniales nativas, forjadas por el proceso de colonización, viven material y espiritualmente la cultura del extranjero colonialista, con el que intentan progresivamente identificarse, tanto en lo que se refiere al comportamiento social como en todo lo relativo a la apreciación de los valores culturales indígenas.
En el transcurso de dos o tres generaciones de colonizados, como mínimo se forma una capa social compuesta por funcionarios del Estado, empleados de diversas ramas de la economía (sobre todo el comercio), miembros de profesionales libérales y algunos propietarios urbanos y agrícolas. Es la pequeña burguesía autóctona, forjada por la dominación extranjera e indispensable para el sistema de explotación colonial, ocupa zona social situada entre las masas trabajadoras del campo y los centros urbanos y la minoría de representantes locales de la clase dominante extranjera.
Aunque pueda mantener relaciones más o menos intensas, con las masas populares, o con los jefes tradicionales, esta pequeña burguesía aspira, por lo general, a llevar un tren de vida similar si no idéntico, al de la minoría extranjera; de a.C. que, al mismo tiempo se restringe sus lazos con la masas e intente integrarse en esta minoría con mucha frecuencia en detrimento de los lazos familiares o étnicos, siempre a costa de los individuos.
Pero, cualesquiera que sea las excepciónales aparentes, esa pequeña burguesía nunca llega a franquear las barreras impuestas por el sistema y cae prisionera de las contradicciones de la realidad cultural y social en que vive, ya que, en el marco de la pauta colonial, le resulta imposible escapar de su condición de clase marginal, marginalizada. Esta marginalidad constituye, tanto en el país mismo como entre los emigrantes instalados en la metrópoli colonialista, el drama socio-cultural de las èlites coloniales o de la pequeña burguesía indígena, vivido más o menos intensamente según las características materiales y el nivel de aculturación, pero, siempre en un plano individual, no colectivo.
En el marco de este drama cotidiano, sobre el telón de fondo del enfrentamiento
Casi siempre violento, entre las masas populares y la clase colonial dominante, surge y se desarrolla en la pequeña burguesía indígena, un sentimiento de amargura o un complejo de frustración y, paralelamente, una necesidad acuciante, de la que cobra conciencia poco a poco de impugnar su marginalidad y descubrir su identidad, lo que le hace inclinarse progresivamente hacia el otro polo del conflicto socio-cultural en que vive: las masas populares nativas.
De a.C. que el retorno de las fuentes se manifieste de manera tanto más imperiosa cuando mayor sea el aislamiento de la pequeña burguesía (o de las èlites nativas) y más profundo resulte su complejo de frustración, como ocurre entre la emigración africana instalada en las metrópolis colonialistas o racistas.
No es, pues, casual que teorías o movimientos del tipo panafricanismo y la negritud (dos expresiones pertinentes, que se inspiran fundamentalmente en el postulado de la identidad cultural de todos los africanos negros) hayan sidas concebidas fuera del África negra. Más recientemente, la reivindicación de una entidad africana por los negros norteamericanos constituye otra manifestación, tal vez desesperada, de esa necesidad de un retorno a las fuentes, aunque en este caso Este claramente influida por una nueva realidad: la conquista de la independencia política por la gran mayoría de los pueblos africanos.
Pero el retorno a las fuentes no es ni puede ser en sí misma un acto de lucha contra la dominación extranjera (colonialista y racista) y no significa tampoco necesariamente una vuelta a las tradiciones. Se trata, pura y simplemente, de la negación, por parte de la burguesía indígena, de la pretendida supremacía de la cultura de la potencia dominadora sobre la del pueblo dominado, pueblo con el que ella necesita identificarse. El “retorno a las fuentes” no es pues una actitud voluntaria si no la única respuesta viable a la irreductible contradicción que opone la sociedad colonizada a la potencia colonizadora, las masas explotadas a la clase explotadora extranjera.
Cuando el retorno a las fuentes sobrepasa el marco individual y consigue expresarse a través de grupos o de movimientos, esta contradicción se transforma en conflicto (velado o abierto), el cual constituye el preludio al movimiento de preindependencia o a la lucha por la liberación del yugo extranjero. De esta manera el retorno a las fuente es históricamente consecuente sólo cuando implica, además de un compromiso real en la lucha por la independencia, una identificación total y definitiva con las aspiraciones de las masas populares, las cuales no sólo impugnan la cultura del extranjero sino también, globalmente, su dominación. En caso contrario, el retorno a las fuentes sólo es una solución con vistas a conseguir ventajas temporales y, por tanto, una forma, conciente o inconciente, de oportunismo político.
Observemos que el retorno a las fuentes, sea aparente o real, no se produce de manera simultanea y uniforme en el seno de la pequeña burguesía autóctona. Por el contrario, se trata de un proceso lento, discontinuo y desigual, cuyo desarrollo depende del grado de aculturación de cada individuo, de sus condiciones materiales de existencia, de su formación ideológica y de su propia historia como ser social.
En esta desigualdad tiene su origen la escisión de la pequeña burguesía indígena en tres grupos, en relación con el movimiento de liberación: a) una minoría que, aun deseando el fin de la dominación extranjera, se alía a la clase social dominante y se opone abiertamente a ese movimiento, con objeto de defender ante todo su seguridad social: b) una mayoría de elementos vacilantes e indecisos: c) otra minoría cuyos componentes participan en la creación y la dirección del movimiento de liberación.
NUESTRA LUCHA EXIGE LA PRÀCTICA DE LA DEMOCRACIA.
Pero este tercer grupo, que desempeña un papel desinhibo en el desarrollo del movimiento de preindependencia, sólo llega a identificarse verdaderamente con las masas populares (con su cultura y sus aspiraciones) a través de la lucha, dependiendo, el gado de esa identificación de la forma o formas de esta lucha, así como el contenido ideológico del movimiento y del nivel de conciencia moral y política de cada individuo.
Una apreciación correcta del papel de la cultura en el movimiento de preindependencia o de la liberación, requiere una distinción precisa entre cultura y manifestaciones culturales. La cultura es la síntesis dinámica, en el plano de la conciencia individual y colectiva, de la realidad histórica, material y espiritual, de una sociedad o de un grupo humano, síntesis que abarca tanto las relaciones entre el hombre y la naturaleza, como las relaciones entre los hombres y las categorías sociales. Por otra parte, las manifestaciones culturales son las diferentes formas que expresan esa síntesis, individual y colectivamente, en cada etapa de la evolución de la sociedad o del grupo humano en cuestión.
Comprobamos, según esto, “ QUE LA CULTURA ES EL FUNDAMENTO MISMO DEL MOVIMIENTO DE LIBERACIÒN, Y QUE SÒLO PUEDEN MOVILIZARSE, ORGANIZARSE Y LUCHAR CONTRA LA DOMINACIÒN EXTRANJERA AQUELLAS SOCIEDADES QUE LOGRAN PRESERVAR SU CULTURA. Esta, cualesquiera que sean sus características ideológicas o idealistas de su expresión, es un factor esencial del proceso histórico. En ella reside la capacidad para elaborar o fecundar elementos que aseguran la continuidad de la historia y, al mismo tiempo, determinan las posibilidades de progreso o de regresión de la sociedad.
Podemos de esta manera, “comprender que, en la medida en que el dominio Imperialista es la negación del proceso histórico de la sociedad dominada, también ha de ser por fuerza la negación de su proceso cultural, por ello, y porque toda sociedad que se libera verdaderamente del yugo extranjero reemprende las rutas ascendentes de su propia cultura, la lucha por la liberación es, ante todo, un acto cultural”.
La lucha de liberación es un hecho esencialmente político. Por consiguiente, sólo cabe utilizar métodos políticos a lo largo de su desarrollo. “la cultura no es ni puede ser simplemente un arma o un método de movilización de grupo contra la dominación extranjera. La cultura es mucho más que eso. En efecto, la elección, la estructuración y el desarrollo de los métodos más adecuados para la lucha se fundan en el conocimiento concreto de la realidad local y particularmente de la realidad cultural”.
De ahí que, para el movimiento de liberación, sea imprescindible conceder primordial importancia no sólo a las características generales de la cultura de la sociedad dominada, sino también a las de cada categoría social, porque la cultura, aunque tenga carácter de masa, no es uniforme ni se desarrolla de una manera igual en todos los sectores, horizontales o verticales, de la sociedad.
La actitud y el comportamiento de cada categoría e de cada individuo respecto de la lucha y de su desarrollo dependen sin duda de sus intereses económicos, pero también están profundamente influidos por su cultura.
Puede incluso afirmarse que lo que explica las diferencias de comportamientos en los individuos de una misma categoría social, respecto del movimiento de liberación, es la existencia dentro de tal categoría de diferentes niveles de cultura.
En este plano es donde la cultura adquiere todo su significado para cada individuo: integración en su medio social, identificación con los problemas fundamentales y las aspiraciones de la sociedad, aceptación o negación de la posibilidad de una transformación en él sentido del progreso.
Cualquiera que esa su forma, la lucha exige la movilización y la organización de una importante mayoría de la población, la unidad política y moral de las diversas categorías sociales, la liquidación progresiva de los vestigios de la mentalidad tribal y feudal, el rechazo de las reglas y los tabú sociales y religiosos incompatibles con el carácter racional y nacional del movimiento liberador, y muchas otras modificaciones profundas en la vida de las poblaciones.
Esto es tanto más cierto, cuanto que la dinámica de la lucha exige la práctica de la democracia, de la critica y de la autocrítica, la creciente participación de las poblaciones en la gestión de su propia vida, la alfabetización, la creación de escuelas y de servicios sanitarios, la formación de cuadros extraídos de los medios campesinos y obreros, y tantas otras realizaciones que implican una gran aceleración del progreso cultural de la sociedad. Todo esto pone de manifiesto que la lucha por la liberación no es sólo un hecho cultural, sino también un factor de cultura.
Entre los representantes de la potencia colonial y en la opinión metropolitana, la lucha de liberación comienza produciendo un sentimiento general de asombro, de sorpresa y de incredulidad. Una vez superado este sentimiento, que es el fruto de prejuicios o de la sistemática deformación que caracteriza a la información colonialista, las reacciones varían según los intereses, las opiniones políticas y el grado de cristalización de una mentalidad colonialista o racista en las diversas categorías sociales e incluso en los individuos. Los progresos de la lucha y de los sacrificios impuestos por la necesidad de ejercer una represión colonialista, policíaca o militar, provocan en la opinión metropolitana una escisión, que se traduce en la cristalización de actitudes diferentes, cuando no divergentes, y en el surgimiento de nuevas contradicciones políticas y sociales.
A partir del momento en la lucha se impone como hecho irreversible, y por muy grandes que sean los medios utilizados para yugularla, se produce un cambio cualitativo de la opinión metropolitana que, en su mayoría, va acentuando progresivamente la independencia de la colonia como un hecho posible e incluso inevitable. Un cambio como Este expresa el reconocimiento, conciente o no, de que el pueblo colonizado y en lucha posee una identidad y una cultura propia.
Y ello se produce pese a que una minoría activa, aferrada a sus intereses y a sus prejuicios, sigue negándose durante todo el conflicto a reconocer el derecho del pueblo colonizado a la Independencia y a aceptar la equivalencia de las culturas que ese derecho presume. “Sin embargo, esta equivalencia, es una etapa decisiva del conflicto, es reconocida implícitamente o incluso aceptada por la potencia colonial, cuando, con objeto de desviar la lucha de sus objetivos, aplica una política demagógica de promoción económica y social, de desarrollo cultural recurriendo a nuevas formas de dominación.
En efecto, si el neocolonialismo es ante todo, la continuación de la dominación Imperialista bajo una forma disfrazada, también es el reconocimiento tácito por parte de la potencia colonial de que el pueblo al que domina y explota posee su propia identidad, la cual exige, para la satisfacción de una necesidad cultural, una dirección política propia.
Señalemos además que, al aceptar la existencia de una identidad y una cultura del pueblo colonizado y, por consiguiente, su inalienable derecho a la autodeterminación y a la independencia, la opinión metropolitana (o, cuando menos, una parte importante de la misma) lleva acabo un significativo progreso de orden cultural, puesto que se libera de un elemento negativo de su propia cultura; el prejuicio de la supremacía de la nación colonizadora sobre la nación colonizada. Este progreso puede tener importantes y hasta trascendentales consecuencias en la evolución política de la potencia Imperialista o colonial, como lo prueban algunos hechos de la historia reciente o actual.
Ciertas afinidades genético somáticas y culturales existentes entre distintos grupos humanos de uno o varios continentes, así como una situación más o menos semejante respecto del dominio colonial y racista, han desembocado en la formulación de teorías y la creación de movimientos inspirados en la hipótesis de la existencia de culturas raciales o continentales. Sin pretender minimizar la importancia de tales teorías y movimientos que fructifiquen o no, hay que aceptar como tentativas de búsqueda de una identidad y como medio de impugnación de la dominación extranjera, podemos sin embargo afirmar que un análisis objetivo de la realidad cultural conduce a negar la existencia de culturas raciales o continentales.
Ante todo, porque la cultura, como la historia, es un fenómeno en expansión e íntimamente ligado a la realidad económica y social del medio, al nivel de las fuerzas productoras y al modo de producción de la sociedad que la ha creado. En segundo lugar, porque el desarrollo de la cultura se produce en forma desigual, lo mismo en un continente que en una raza e incluso que en una sociedad. Efectivamente, las coordenadas de la cultura, como las de todo fenómeno en desarrollo, varían en el espacio y en el tiempo, tanto en sentido material (espacio y tiempos físicos) como humano (biológicos y sociológicos).
Por esta causa, la cultura- creación de la sociedad y síntesis de los equilibrios y soluciones que engendra para resolver los conflictos que la caracterizan en cada fase histórica- es una realidad social independiente de la voluntad de los hombres, del color de su piel, de la forma de sus ojos o de los límites geográficos de cada país.
“Para que la cultura cumpla el papel que le corresponde en el movimiento de liberación, éste debe establecer con presiciòn los objetivos a alcanzar en el camino hacia la reconquista del derecho del pueblo que representa y dirige a tener su propia historia y a disponer libremente de sus fuerzas productivas, para, de de esta manera, posibilitar el desarrollo ulterior de una cultura más rica, popular, nacional, científica y universal”.
LO QUE IMPORTA AL MOVIMIENTO DE LIBERACIÒN NO ES DEMOSTRAR LA ESPECIFICIDAD DE LA CULTURA DEL PUEBLO, SINO PROCEDER AL ANÁLISIS CRÍTICO DE ESTA CULTURA, EN FUNCIÒN DE LAS EXIGENCIAS DE LA LUCHA Y DEL PROGRESO, LO QUE PERMITIRÁ SITUARLA, SIN COMPLEJOS DE SUPERIORIDAD O DE INFERIORIDAD, EN LA CIVILIZACIÒN UNIVERSAL, COMO UNA PARCELA DEL PATRIMONIO COMÙN DE LA HUMANIDAD Y EN LA PERSPECTIVA DE SU INTEGRACIÒN ARMONIOSA EN EL MUNDO ACTUAL.
AMILCAR CABRAL.
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