martes, 28 de julio de 2009

Sin territorio no hay libertad, sin libertad no hay justicia social

centro de estudios Chiloeautonomo

Sin territorio no hay libertad, sin libertad no hay justicia social

Declaración de adhesión a la Constituyente Social de la Organización "Nación Mapuche" de Catriel, provincia de Río Negro.

ORGANIZACIÓN: “NACION MAPUCHE”

Flavio Zúñiga – Lonko (cacique) Mapuche

Concientes de la necesidad de cambios profundos, hemos decidido ser parte de esta Constituyente. Entendemos –tal como quedó plasmado no sólo en documentos sino en las vivencias generales de todos y cada uno de los que participamos- que buscamos fundamentalmente ser libres. Todos soñamos un mundo más justo, pero no seríamos capaces de afirmar que somos justos, y entonces el reclamo se circunscribe a exigir que los demás sean lo que tal vez yo mismo no pueda ser nunca. A veces, erróneamente, pensamos que si tal color político se va del poder e ingresa otro de signo distinto tenemos más oportunidades. Sin embargo, no son las personas, sino una cultura de corrupción la que impera y que fija las reglas de juego; llegar a tener un espacio de poder en la organización política nacional implica necesariamente sujetarse a esas reglas de juego. Así, la lucha entonces es de recuperación de principios. Es ahí donde comenzamos a tomar protagonismo, ya que nuestra lucha histórica ha sido la recuperación cultural, no porque seamos el paradigma de la humanidad, sino porque tenemos referencias ancestrales de un tipo de organización basada en valores morales, éticos, que no encierran solamente al ser humano, sino a este y su contexto. El hombre y lo que le da sentido de existir: el entorno natural. No en vano este pueblo mapuche ha logrado sobrevivir a dos genocidios y seguimos levantando bandera, continuamos diciendo: ¡Aquí estamos!!, insistimos en sostener que sólo en la búsqueda de nuestra identidad está la respuesta a todas las cosas. Entonces, el territorio comienza a ser un elemento indispensable porque, para nuestra cultura, no es un bien material, sino espiritual. Es el punto de partida. Es allí donde comenzamos a entender que no somos seres individuales omnipotentes, sino que compartimos “el alma” con nuestros hermanos. Y que ese territorio, nuestra alma, es indivisible y por ello comunitario. Sin territorio, nos vemos –como todos los demás sectores sociales de esta constituyente- en la necesidad de reclamar libertad.
Occidente instaló hace muchos años la palabra LIBERALISMO, como la llave de la revolución. Esa palabra que parecía estar emparentada con la libertad, en realidad escondía en los más profundo de sí, el germen del individualismo. Así se enarboló el respeto a la propiedad privada, como ícono de la libertad y del respeto al otro. Pero en realidad era sólo la excusa para que las masas se privaran de propiedad y respetaran a rajatablas las propiedades de aquellos que no habían obtenido las mismas de manera legítima sino a costa del saqueo y el avasallamiento de los pueblos originarios.
Pero para poder entender qué es realmente lo que pretendemos, es necesario devolverle a esa palabra todo el alcance de su significado. Al menos desde nuestra visión, pretendemos libertad de pensar, libertad de relacionarnos en un plano de igualdad, libertad de desarrollarnos, libertad de reencontrarnos con nosotros mismos, libertad de existir, libertad de proyectarnos, libertad de ser nosotros, con todo lo que ello implica.
LIBERTAD DE PENSAR, como mapuche. En estos tiempos, siempre se debe relegar nuestra cosmovisión para reemplazarla por la cultura dominante. Nuestro sentido de justicia, de equidad, de equilibrio ecológico no entra en las discusiones. Por caso, si hablamos de temas urticantes como los recursos naturales, primará el argumento de que el Estado los administra para el bien de este “crisol de razas”, como dice una vieja frase acuñada en estas tierras. Sin embargo, ese supuesto bien común es imposible de visualizar, y la muestra de esto es esta importante movida social que ha reunido a numerosos sectores sociales que subsistimos en “la banquina” de la vida. Mientras hace 50 años que se extrae petróleo desde las entrañas de nuestros territorios, la situación de los pueblos petroleros y mucho menos del país todo –supuesto dueño al fin de todas las riquezas- ha ido en constante decadencia, mientras se ha destruido el medio ambiente y las tierras no volverán a ser lo que eran nunca más. Así, reclamar que se respete el equilibrio ecológico es, hoy, una utopía ya no sólo para los sectores de poder sino para la gente en general, que entiende que es imprescindible entregar esas riquezas para evitar algo así como un “Apocalipsis”.
LIBERTAD DE RELACIONARNOS EN UN PLANO DE IGUALDAD. No es fácil participar simplemente como pueblos originarios. Porque cada uno de nosotros debería encasillarse o como desocupado, o como trabajador con problemas varios, o como emprendedor independiente que no puede subsistir. Esta necesidad de poder recuperar nuestra lengua, nuestras costumbres, parece –a la vista de los demás reclamantes con hambre, enfermedades etc.- como un discurso romántico que puede dejarse para cuando “amaine la tormenta”, cuando en realidad la tormenta, o mejor dicho “los tormentos” de la humanidad es no saber de dónde vienen, para no encontrar sentido de hacia dónde ir.
LIBERTAD DE DESARROLLARNOS. Las palabras parecen ser de propiedad de las culturas que la ostentan. Como el idioma que compartimos es de Occidente, y Occidente entiende el desarrollo como el simple objetivo de lograr bienes económicos, entonces lograr encuadrarse como un pueblo desarrollado se reduce a poder tener resueltas nuestras necesidades económicas. Alguien dijo alguna vez que no es rico quien más tiene, sino quien menos necesita. En este plano, nuestras necesidades más elementales son de índole espiritual, desde donde bajamos hasta el cuerpo y la tierra. No podremos sentirnos hombres y mujeres plenos sin volver a ser lo que fue nuestro pueblo, los verdaderos hombres de la tierra. Y allí encontraremos también la posibilidad –o mejor dicho, la LIBERTAD DE REENCONTRARNOS CON NOSOTROS MISMOS.
LIBERTAD DE EXISTIR. Este enunciado parece una obviedad. Sin embargo, existir es SER. Por nuestra condición de humanos, no nos alcanza sólo con hacer sombra cuando el sol alumbra. Existir es trascender, es ir encadenando una generación con otra para evolucionar. Sin embargo, desde 1492 venimos involucionando. Mientras nuestros antepasados vivieron miles de años en estas tierras en perfecta armonía, la supuesta CULTURA occidental necesitó sólo 500 años para destruir la capa de ozono, para contaminar los ríos y hasta sembrar de muerte a la propia Tierra. Toneladas de oro y plata y otros metales fueron llevados a Europa desde estos territorios, que sólo sirvieron para que pudieran matarse entre ellos o, dicho más elegantemente, para financiar guerras. Es imposible disfrutar de la libertad de existir si no hay un reparto equitativo de las riquezas, donde no sólo se piense satisfacer las necesidades más elementales como el hambre o la salud, sino que se pueda disponer de las riquezas comunes para elevarnos como personas y utilizar los recursos económicos necesarios para que la recuperación de la identidad no sea una tibia intención de talleres estériles dictados en escuelas sin rumbo, sino la aplicación del derecho a no esperar un minuto más para aprovechar los saberes de nuestros abuelos, y que dejen de llevarse a la tumba aquello que no pudo callar ni la carabina ni la tortura.
LIBERTAD DE PROYECTARNOS. Una vez cumplido el derecho a existir, a disponer de nuestros valores para coexistir frente y junto a otras culturas tan respetables como la nuestra, podremos proyectarnos y entregar la más valiosa herencia a nuestros hijos, nuestra cultura. Cuando todo esto sea posible, habremos experimentado la LIBERTAD DE SER NOSOTROS.
Por ello, compartir esta Constituyente es un buen paso. Es la oportunidad de encontrarnos en la tormenta y tomar un timón compartido hacia un puerto donde se satisfagan las necesidades de todos y cada uno. Estamos dispuestos a acompañar la lucha de cada sector, pero también queremos tener la certeza de que los demás sectores pueden ponerse en nuestra piel y sentir que nuestra lucha les pertenece. La empatía será entonces la savia de este frente social que comienza a decir presente.

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